“El que la representación sea una imagen-y no la imagen originaria misma- no significa nada negativo, no es que tenga menos ser, sino que constituye por el contrario una realidad autónoma”[1] Hans Georg Gadamer.
Al tener una experiencia cercana con el arte se nos es difícil concertar la validez e importancia que sustenta y distingue la representación con respecto a la obra original. Es decir, sabemos que una obra de arte es autentica en cuanto que las representaciones de ella no pueden tomar su lugar como originaria (en el caso de las obras de artes plásticas) pero sin las representaciones ¿Cómo se mostrarían al mundo? Sobre todo porque en un mundo como el que vivimos que la vida se nos hace cada vez más acelerada pareciera que no hubiese tiempo de apreciar una buena obra de arte y en otros casos porque la mayoría de las grandes obras de la humanidad están en museos inaccesibles para el común de la gente, sin sus representaciones; por ejemplo, el cuadro de la mona lisa no sería conocido por tantas personas aún más allá de tener contacto empírico con la obra.
Pues bien ¿Es posible que la majestuosidad de una obra de arte sea anulada por su representación? No, ya que en algunas ocasiones como en la poesía y la música el verdadero ser de la obra se encuentra en la reproducción, en lo que es estrictamente necesario para que exista en tanto a las demás personas; en otras ocasiones como el la pintura y escultura, aunque exista una apreciación independiente de la imagen original y de la representación cada una se reconoce en la otra llegando a un equilibrio óntico y estético, no es un criterio excluyente o en ningún caso se anulan. Así pues: “El mundo que aparece en el juego de la representación no está ahí como una copia al lado del mundo real, sino que es ésta misma en la acrecentada verdad de su ser”[2]
La validez estética de su obra y representación depende ahora más que nunca de que ambas existan, no puede hacer una representación de algo sin ese algo y no puede existir un algo sin que se nos presente de manera así sea representativa en la cotidianidad. Este fenómeno se da desde que la humanidad se inclinó a hacer representaciones artísticas de toda forma que le rodeara, solo que no se había puesto de manifiesto tan claramente como en la contemporaneidad. A fin de cuentas las artes lo que nos permiten es figurativamente plasmar nuestras ideas, ideas que sino se muestran al mundo quedan como pensamientos individuales. Gadamer expresa: “La copia se cancela a sí misma en el sentido de que funciona como un medio, y que como cualquier medio pierde su función en cuanto alcanza su objetivo. Su ser para sí consiste en autosuprimirse de esta forma. Esta autosupresión de la copia constituye un momento intencional de su propio ser”[3]
Entonces ¿Qué es lo que hace que una obra de arte sea una obra de arte? ¿Quién determina que sea una obra de arte? Gadamer sostiene a lo largo del libro que la tradición es la que determina que es que ciertas cosas parezcan tener una significación superior a otras, pero al introducir el estudio de fenómenos como la representación y lo representado nos acerca más también a la visión de Hegel de los opuestos necesarios. Parte central del pensamiento hegeliano versa sobre la aniquilación de opuestos a través de la identidad vía negativa, que se produce entre dos términos que finalmente vienen a ser lo mismo porque uno conlleva al otro al mismo tiempo en que se contienen. Así pues Gadamer agrega a esta dicotomía la esencia de toda oposición que es la hermenéutica; a saber, el arte de interpretar. ¿Por qué decimos que es la esencia de toda oposición? Porque para poder primero situarse en alguno de los dos extremos tiene que reconocerse a si mismo como dicho lado (como dicho opuesto) para reconocer al otro debe primero asimilarlo como opuesto y por tanto interpretarse en el otro como opuesto pero dicha interpretación debe hacerse de manera racional y considerando la información que se tiene de sí mismo como del otro dándole el valor acertado y merecido a cada extremo y así llegar a una conciliación que no es más que una nueva interpretación que nace dentro de la anterior. De la misma manera sucede con lo representado y la representación que en primera instancia podremos ver como opuestos pero que en realidad para que uno sea debe estar el otro, son dependientes en la medida que uno tenga la necesidad de que el otro sea parte de sí y que conjuntamente sean lo que llamamos experiencia estética. “La <<idealidad>> de la obra de arte no puede determinarse por referencia a una idea, la de un ser que se trataría de imitar o reproducir; debe determinarse por el contrario como el <<aparecer>> de la idea misma, como ocurre en Hegel”[4]
[1] Hans-Georg Gadamer, “Verdad y Método” Pág. 189.Ediciones Sígueme Salamanca 2003
[2] Ibidem. Pág. 185
[3] Ibidem, pág. 187
[4] Ibidem. Pág.193
2 comentarios:
excelente pagina , les felicito.
Imagen no se tilda...
Por lo demás, excelente página.
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